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lunes, 17 de febrero de 2020

Poltergeist


Levitamos
por un instante.
Ruido blanco,
y tu silla vacía.
Fuiste mi poltergeist,
señales confusas
que no supe interpretar.

Sentada
frente a la pantalla
durante horas,
sin nada
que mirar,
sin pistas
que seguir.

Fui tu poltergeist,
energía ciega,
fuerza bruta y hostil
sin canalizar.
Tampoco yo
puedo saber
qué intentaba decirte.



lunes, 10 de febrero de 2020

El jaramago


Era una tarde de junio. El sol ya apretaba con fuerza, pero aún no ahogaba como en julio ni secaba la garganta como el de agosto. Lola se había levantado esa mañana a eso de las siete para dejarlo todo listo antes de irse a trabajar. Cuando salió por la puerta ya había fregado el cuarto de baño, limpiado el polvo, puesto una lavadora y dejado la comida medio hecha, y no eran ni las diez. Aprovechó las horas muertas de la lánguida tarde antes de volver a la oficina para echar un vistazo a la lápida de sus padres. Su hermana ya le había comentado que en una de las esquinas un pedazo de granito se había desprendido, y estaba dándole vueltas a cuánto costaría repararlo. Sabía que su madre se revolvería en su tumba de saber que su morada para toda la eternidad andaba hecha unos zorros.

Lola se plantó delante de la tumba de Josefa Campos y Benito Aranda, se remangó, remojó el trapo y fregó cada esquina a conciencia. Cambió las flores ya marchitas por unas nuevas, repasó cada una de las letras y se aseguró de que todo estaba en orden. Fue entonces cuando reparó en aquel jaramago rebelde que asomaba por la grieta del lateral derecho, la tierna florecilla que a fuerza de empeño había logrado quebrar el duro granito. Cómo puede ser esto, murmuró para sus adentros. Se arrodilló, agarró el jaramago con la diestra y dio un enérgico tirón. Nada. Se sirvió de la otra mano y siguió tirando, sin éxito. Aquel jaramago parecía haber echado raíces en el mismísimo infierno. Dispuesta a dejar la sepultura como los chorros del oro, Lola no cesó en su empeño de deshacerse de aquel condenado yerbajo, y tiró y tiró y tiró. De nuevo, el jaramago no cedió ni un ápice. Pues no que parece que lo tiene mi madre agarrao, pensó. No pudo evitar soltar una pequeña risotada. No le extrañaría demasiado, sabiendo lo tozuda que había sido la Pepa en vida.

Tras unos minutos de forcejeo, el tallo por fin comenzó a ceder, dando paso a una raíz que parecía infinita. Por más que tiraba no alcanzaba a ver el final. Una vez logró retirar toda la planta, observó exhausta la extraña flor. Se preguntó qué clase de jaramago era capaz de echar semejante raíz de un día para otro. Una vez el pequeño agujero de la lápida había sido despejado, pudo ver con claridad la tierra que cubría los ataúdes de sus padres. Si hubiese sido más supersticiosa probablemente le hubieran dado escalofríos. Pero se limitó a sonreír. Un poco más abajo se encontraba la madera del ataúd de su madre, y dentro de éste un amasijo de huesos que una vez dieron vida a la persona que a su vez se la había entregado a ella. No dejaba de ser curioso. Lola pensó que si acaso existía eso del Más Allá, bienvenido era. Y si no fuese así, ya ninguna fuerza del Universo podría arrebatarle lo vivido. Y esa certeza era más que suficiente.

domingo, 2 de febrero de 2020

La entrevista

Jorge salió de casa cuarenta minutos antes de la entrevista. Tomó un café cortado en un bar, de pie en la barra, treinta minutos antes. Se lavó las manos y se atusó el pelo con la punta de los dedos y se alisó la camisa quince minutos antes. Cinco minutos antes de la entrevista estaba fumando en la puerta de aquel edificio gris, haciendo tiempo hasta las en punto. Diez minutos después de las nueve seguía allí, con el cigarro ya consumido colgando de su mano izquierda.

¿Era necesario entrar? ¿Era necesario todo aquello?