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lunes, 25 de noviembre de 2019

seguir siendo

Miro a mi alrededor,
la gente habla,
me interroga.
Veo sus bocas moverse.
No sé responder.
Un vacío gélido.
Hablar del mundo,
de política,
nuevas esperanzas,
horizontes futuros,
nada importa.

Todo

se

desvanece.

A mi lado un niño
da sus primeros pasos.
Un gato huye
despavorido.
Afirman sin palabras:

Todo

se

desvanece.

Los niños,
los gatos,
con su avance seguro,
con su empeño
en seguir siendo
a pesar de todo,

seguir siendo. 

guerra


Me pregunto si en los libros de Historia seremos los figurantes de un abstracto "período de entreguerras".

Me pregunto si será una guerra honorable
o una masacre absurda.
O la Tierra escupiéndonos
como a un virus.
La naturaleza que despierta
empapada en sudor
tras siglos de febriles pesadillas.

Veo personas corriendo en cintas
-sin rumbo-
que podrían mañana correr
tras las trincheras.
Miembros sanos
que podrían mañana caer
calcinados entre escombros.

La guerra no tiene rostro
pero lleva apellido de marqués
y huele a miseria.
En pie
tan solo queda
la dignidad de un pueblo
que empuja hacia adelante.

Me pregunto si estaremos a la altura.

el jazmín


En la calle empedrada hay una casita blanca con un azulejo vidriado a escasos palmos de la puerta que reza, con caligrafía ingenua, "Respeten este jazmín. Gracias".

Pero no hay ningún jazmín. Lo que lleva a pensar que finalmente el jazmín no fue respetado. Sin embargo, alguien lo quiso tanto como para encargar una placa de cerámica llamando la atención acerca de él. Tanto como para incrustar esa placa en la fachada. Tanto como para colocarla ahí siendo consciente de que el lema seguiría existiendo aun tiempo después de que el jazmín desapareciese. Alguien quiso mucho a ese jazmín.

Hubo quizás otro alguien que no lo respetó a pesar de todo el esfuerzo y las placas de cerámica. O pudiera ser que los propios dueños se aburriesen de él y acabaran cortándolo.

Pero alguien quiso a ese jazmín. Me gustaría llamar a la puerta y preguntar qué pasó, por qué ya no hay flores blancas que adornen los ventanales, por qué nos han privado de su olor a noche de verano. Es posible que la casa haya cambiado de dueños, que sus nuevos habitantes no sepan qué fue de aquel jazmín por el que tantas molestias se habían tomado. Es posible que también la tierra se los tragase a ellos, dejando fuera de la ecuación tanto al receptor de cuidados como al cuidador, y ofreciéndonos en su lugar el testimonio huérfano de ese hilo de afecto que ahora conduce a la nada en cada extremo.

Respeten este jazmín, gracias. Finalmente el respeto trascendió al propio jazmín, la piedra al tallo, a las raíces, a la flor. Como ha de ser. Como siempre ha sido. Yo también quisiera irme tranquila, como imagino se fue el silencioso jazmín, con un azulejo que rezase "respeten a este ser humano, gracias". En cualquier rincón, una sencilla plaquita de cerámica escrita a mano, sin importar en honor a quién, hace cuánto pasó ese alguien por aquí o los años que estuvo entre los vivos. Testigo irrefutable de que en cierta ocasión existió al menos un ser que cuidó y amó a otro ser.

balcones


Me gustan los balcones.

Me gusta tener mi propio balconcito y también me gustan los balcones ajenos.

Hoy mi vecina de en frente ha salido al suyo y se ha sentado en una silla de plástico mientras hablaba por teléfono. El tendedero estaba plegado en una esquina. Muchas veces la veo tendiendo o recogiendo la ropa, o regando las macetas, y eso me hace sentir bien. Me gusta imaginar el olor de la ropa recién lavada, el tipo de suavizante que usará. Me gusta saber que las flores están bien cuidadas.

Hoy no había ropa que recoger. Salió con una vieja sudadera remangada hasta el codo, aprovechando los rayos de sol de las 4 de la tarde. Asentía y sostenía el teléfono muy pegado a la cara, como si quisiera colarse en el otro lado de la línea.

Me agrada la gente que sale con regularidad al balcón, me gusta verlos y que me vean, ser conscientes de nuestra mutua presencia en este gran enjambre de balconcillos anónimos extendiéndose a lo largo de la calle.

Pienso en los balcones como saloncitos al aire libre en los que cada cual atiende a sus propios asuntos disponiendo siempre de esa compañía silenciosa que tanto reconforta a los animales sociales.

Me gusta poder asomarme a su día a día, y me pregunto qué pensarán de mí. Con mi chándal viejo, con el pelo recogido en un moño, comprobando si la ropa ya está seca.

edificios


Me gusta el edificio de en frente porque cambia de color cuando llueve. Pasa del gris pardo a un cenizo oscuro que va descendiendo desde la terraza hasta el portal, chorreando lentamente.

También me gusta la familia del tercero. Nunca he visto sus caras, pero veo cómo cenan alrededor de la mesa del salón.

Nunca entendí a quienes se inspiran lejos de la civilización, lejos del mullido bullicio de los coches y la gente.

Son sus vidas
             las silenciosas conexiones,
                       las conversaciones con la camarera
                                     el seguro avance de la barrendera
                                                         las miradas que cruzamos 
                                                                               las idas y venidas
                                                                                       los silencios en el bus
                                                                                                        lo único 
                                                                                                                        que 
                                                                                                                                 nos 
                                                                                                                                          mueve.

domingo, 24 de noviembre de 2019

La ciudad

El cielo tiene hoy un color raro;
enfermizo.
La lluvia es también débil.
Cae
sin hacer ruido
al impactar contra el asfalto.

La atmósferaes extraña.
No sabría decir
si buena o mala.
Solo extraña.

Las persianas se sacuden con violencia
contra las ventanas.
El viento es lo único
que no se muestra vago
ni vacilante.

En los bloques, la luz cálida del interior se filtra a través de las cortinas, fundiéndose con el ámbar pálido del cielo. 

Respiro.

La ciudad respira conmigo.

Amor 2.0

La música ensordecedora
eclipsa tus palabras.
Te observo
mientras murmuras la letra
y bailas
con la copa en alto.
Cierras los ojos.
Sonrío.
La siguiente historia
muestra a tu amigo
vomitando en una esquina.
Te envío un emoji
y cierro Instagram.

Ojalá contestes.